A “mi artista”        

27 Feb A “mi artista”        

Yo era un adolescente cuando escuché su voz por primera vez en un tocadiscos conseguido a fuerza de coleccionar tapones de unas botellas de brandy muy promocionado por entonces en televisión, con el gancho publicitario de “es cosa de hombres”.

Y ahí, girando sobre el plato de aquél gramófono cuya tapa servía de altavoz, en uno de mis primeros vinilos, sonaba aquella voz que yo escuchaba por primera vez y que seguí escuchando hasta que el vinilo dejó de sonar quedando inservible para siempre por el uso excesivo. Tal era la pasión que había despertado en mí aquella voz que, aún sin entender de qué hablaban aquellas canciones, pues sonaban en francés, me hice adicto a su música para el resto de mi vida.

A pesar de hacerme adulto, la voz de aquél artista seguía siendo mágica cada vez que la escuchaba por la radio. Pero el tiempo, que lo borra todo, poco a poco fue borrando aquella voz de la programación musical de las emisoras de radio, sustituyéndola por las voces de artistas nuevos. Aquellas imágenes de cantantes jóvenes, fueron poco a poco silenciando la voz de mi artista, pero no consiguieron borrarlo de mi archivo de preferencias. También su rostro dejó de ser exhibido en los escaparates de las tiendas de música, pero tampoco aquello importaba mucho ya que, con el tiempo, aquella voz se convertiría en clásica e irreemplazable en todo el mundo.

Curiosamente, sin que estuviera previsto, un día, la vida encaminó mis pasos hacia la música convirtiéndome en compositor de canciones, sin la esperanza, ni siquiera el deseo, de ser cantante.

Era ya un adolescente cuando empecé a escribir mis primeros temas. Inevitablemente, la influencia de aquél artista seguía arraigada en mí, y, por lo tanto, en mis canciones, incluso, aquél idioma francés en el que él cantaba, de tanto escucharlo en su voz, me llevó a imitarlo guturalmente, imaginando la posibilidad de que fuera él, “mi artista”, quien algún día interpretara alguna de esas canciones.

Han pasado más de cincuenta años desde que le descubrí escuchando aquél primer vinilo y aún sigo valorándolo como un artista excepcional.

En escasas ocasiones he tenido la oportunidad de asistir a uno de sus conciertos, pero mi excesiva admiración hacia él me lo impidió. Temía que, con la edad, al igual que he envejecido yo, su magia no fuera la misma que yo había descubierto a través de aquellos vinilos de entonces. Preferí mantener su imagen ahí arriba, en lo más alto entre mis recuerdos adolescentes: Intocable, inamovible, (intacto en su magia).

Hoy, a mis setenta y tres años, he decidido ir a verlo por primera vez sobre un escenario. No merecía irme un día sin haber compartido uno de sus conciertos en directo. Sus canciones, su acento francés, su teatralidad en la interpretación de cada uno de sus temas. Esos temas que por unos minutos me regresaron a mi más temprana edad.

Esta noche lo he visto a solo unos metros de mi butaca junto al escenario y ha vuelto a despertarme esas emociones que dormían en algún rincón esperándolo todo, de la mano, la voz y la maestría de un hombre menudo, con un alma joven, de mirada y gestos vivarachos y pícaros, que ha vuelto a robarme una lágrima que agradezco, y he sentido su mirada anciana como diciéndome: ¡por fin has venido! Y sin el más mínimo pudor, me he levantado de mi silla para aplaudirle, después de interpretar magistralmente, en el tono más intimista del concierto, “La Boheme”.

Antes de marcharme compartí unos breves minutos con él camino de su camerino; unos minutos que han dado sentido a tanto tiempo de espera. Un encuentro que me ha hecho entender que la edad no silencia la voz ni el sentimiento cuando nace del alma.

Al despedirnos me dijo: “Deberías haber aprendido francés”.

Hoy entendí por fin el por qué de mi admiración hacia ese gran maestro Charles Aznavour.