Más de quinientos mil abrazos

18 Nov Más de quinientos mil abrazos

Me emocionan vuestros mensajes. Esos que, por ser tan sinceros y llenos de afecto, únicamente  pueden salir del corazón. Hoy, una vez más, os leo en mi Blog y emocionado por vuestras palabras siento que no soy merecedor de tanto cariño por el mero hecho de dedicar unos minutos de mi tiempo a compartirlos con vosotros y contaros algunas cosas de mí, de mis vivencias y mis sueños,  que por ser tan cotidianos  siento que son afines a los vuestros.

Hoy, como cada día, estáis todos y siento que no estoy solo, aunque siempre presumí de ser un solitario. Siento vuestra compañía y agradezco saber que hay alguien, vosotros, que, aunque geográficamente lejos, afectuosamente estáis muy cerca de mí. Percibo vuestra respiración y vuestras emociones, también vuestras  soledades iguales a las mías,  que compartís mis historias y que algunas de ellas, sin pretenderlo, intuyo que  las guardáis  en el mismo rincón del alma de donde yo las rescaté para escribirlas.

Como esa hermosa canción de la chilena universal Violeta Parra, hoy doy gracias a la vida que me ha dado tantos amigos y amigas que, aún sin pretenderlo, os convertís cada día en el motor que me empuja permanentemente a seguir escribiendo música y, aunque no con demasiada frecuencia, a veces siento la necesidad de lanzarme en un vuelo hasta vuestros países para cantaros al oído esas canciones a las que vosotros me acompañáis en un coro impagable, afinado y a plena voz desde vuestras butacas, que yo percibo emocionado desde el escenario.  Son esos momentos en los que quisiera  romper la distancia que nos separa, descender hasta vosotros y abrazaros uno a uno para mostraros personalmente mi más emocionada gratitud por tantos años de cariño y fidelidad que tan generosamente he recibido.

Hoy, mientras escribo, a través de un ventanal abierto en el techo de mi estudio, recibo la luz de este día que desde el cielo de Madrid, hoy nublado, ilumina mi mesa de trabajo, un tablero de dibujo que un día, durante sus estudios de arquitectura, perteneció a mi hija María, y que yo heredé. Un tablero que me hace recordar otro tiempo, en el que, antes de tomar el camino de la música fui delineante, y sobre el que escribí- a escondidas de mi jefe- mis primeras canciones hasta ser descubierto. ¿Ese que canta en la radio no eres tú? -me dijo-. El resto ya lo conocéis.

Junto a mí, tan fiel como “Tigre”, yaciendo sobre un sillón a mi lado, mi guitarra. La siento dispuesta a prestarme un nuevo acorde que pueda sugerirme una nueva canción. Lleva ya unos meses insinuándose  ¡Qué tendrá el otoño! Aunque, a la vista de vuestro interés por mis relatos, no sé si debiera dejar de hacer canciones y dedicarme a este oficio, por cierto apasionante, de escribir. Pero no. Mi guitarra no parece estar muy de acuerdo. Y yo la miro, y una vez más la abrazo, rasgo suavemente sus cuerdas y ella suspira una música por la que me dejo llevar a ese cielo de nubes, que ahora, desde hace unos minutos, lloran lágrimas de lluvia sobre el cristal del ventanal donde, sin darme cuenta, ha llegado la noche. Y aquí, en esta soledad silenciosa, surge, tal como ella lo deseaba, envuelto en una magia inexplicable, el susurro tímido y emocionado de una melodía, soporte de lo que,  intuyo,  podría convertirse en una nueva canción. Y doy gracias por volver a sentir la osada emoción de mis dieciséis años, cuando en mi cuarto de estudiante decidí escribir aquella primera canción que por pudor nunca mostré a nadie -sólo a mi madre que me lo perdonaba todo- y que marcaría, eso lo percibí entonces el principio de esa llamada urgente a esta vocación imparable por la música que no entiende de edades, sino de emociones que necesitan ser compartidas. Y ¿quién mejor que vosotros para eso?

Tanto los que me habéis acompañado en esta travesía a lo largo de los años como los que poco a poco os habéis ido acercando a mi música, sois ahora los destinatarios finales de mis canciones dando sentido a mi trabajo.

Gracias a las redes sociales a las que un día llegué sin demasiada fe, pues que era algo que me resultaba muy lejano, he descubierto que, flotando en esa «nube mágica», me esperaban más de medio millón de corazones latiendo al ritmo de un mismo acorde.

Nunca hubiera creído que en determinados momentos la emoción me fuera a dejar sin palabras. Este es uno de ellos. Por más que las busco solo encuentro una. ¡Gracias!