El muerto

15 Jul El muerto

Ese sin fin de términos marineros que de forma natural usan los hombres del mar como lenguaje habitual son los necesarios para que quienes los usan, auténticos patrones de embarcación, sean capaces de llevar cualquier tipo de barco a buen puerto.

En el pantano donde nosotros solemos navegar las cosas son muy diferentes y, salvo algún leído navegante que llama a cada cosa y maniobra por su nombre, como es el caso de nuestro amigo Ignacio Navarrete, experto en todo lo relacionado con la navegación a vela y a quien debemos esta extraordinaria afición, el resto de los mortales, entre los que me encuentro, usamos un lenguaje más coloquial. Sin embargo, a veces y aún usando el término adecuado para una maniobra, éste puede interpretarse equivocadamente por quien lo escucha si no está familiarizado con este mundo.

Esto fue lo que nos sucedió un día cuando decidimos realizar la botadura de la motora –antecesora del velero Libertad-, y buscar en el pantano el sitio más adecuado para la colocación de la boya para su amarre. Yo iba acompañado por Domingo –un empleado que por entonces cuidaba El Refugio- y por Carlos Manuel un sobrino mío que se encontraba de vacaciones en Castejón.

Con el fin de asegurarnos de que ni el viento ni las mareas podrían mover la lancha una vez situada en la boya, encontramos un bidón grande que llenamos de piedras hasta convertirlo en un  fardo muy pesado. Después lo rodeamos con una cadena asegurándonos de que quedaba muy bien amarrada a su panza y dejamos un trozo de cadena lo suficientemente larga para que llegara al fondo del pantano donde debería quedar colocado el pesado bidón, dejando preparado el extremo superior para conectar la boya donde la motora quedaría instalada todo el verano, si es que las aguas no descendían de nivel debido a la sequía, cosa habitual en esa estación, lo que nos obligaría a cambiarla de domicilio nuevamente instalándola, una vez más, en el garaje de la casa de Castejón hasta una nueva crecida de las aguas.

Sucedió en pleno mes de Julio con un calor casi insoportable y a una hora de la tarde en la que suponíamos íbamos a encontrar vacía de bañistas la rampa de cemento de la antigua carretera inundada por el pantano y que habitualmente sirve de playa a los veraneantes de los pueblos de la ribera del río Guadiela. Para nosotros el lugar y la hora eran los más adecuados para realizar la operación de remolcar e instalar la boya donde amarrar aquella motora y situarla lo más lejos posible del lugar donde solían bañarse con la intención de no molestar a la hora de salir o regresar.

Al llegar a la rampa, en contra de lo que pensábamos, observamos en la orilla un pequeño utilitario aparcado muy cerca del agua, lo que nos contrarió, ya que precisamente ese lugar era el más adecuado para realizar nuestra “operación boya”. Pensamos que el coche podría ser de algún pescador que andaría intentando capturar alguna carpa de las que habitualmente se pescaban en esa zona del pantano. Una vez realizada la maniobra de marcha atrás para introducir en el agua el remolque con la lancha hasta su flotabilidad y dispuesta para arrastrar el bidón hasta el lugar elegido,  paré el motor y procedimos a su descarga.

Mientras los tres nos disponíamos a bajar el bidón del todo terreno, observamos junto al mismo, tendido sobre una toalla, el cuerpo en bikini de una chica joven que tomaba el sol con los ojos cerrados, ignorando nuestra presencia sin mirarnos siquiera al oírnos llegar y maniobrar cerca de ella. Tampoco nosotros, al sentirnos ignorados, nos molestamos en mostrar la más mínima señal de educación a la bañista que seguía inmóvil sobre su toalla como disfrutando de un sueño profundo.

Nos dispusimos a descargar nuestro bidón que sería arrastrado por la motora bajo el agua hasta su sitio definitivo, unos cincuenta metros hacia arriba del lugar donde nos encontrábamos y subido en la cabina del todo terreno yo obedecía órdenes de mis dos ayudantes:

– Da marcha atrás hasta tocar el agua con las ruedas traseras – Decía uno de ellos.

– Vale, vale, así está bien – dijo el otro.

La inclinación de la rampa y el peso del bidón a medida que se acercaba a la parte trasera del maletero, daban la impresión de que el coche en cualquier momento volcaría hacia atrás y caería al agua con la carga y conmigo.

La bañista, a escasos metros de nosotros, seguía con los ojos cerrados y una expresión de ausencia que nos hizo pensar si habría sufrido alguna insolación producto de aquel sol de justicia y que quizás necesitara ayuda, pero nos resistimos a molestarla.

Una vez situado el coche en el lugar indicado, procedimos a la descarga del bidón.

– Vamos, todos a una -. Pero el bidón no se movía por más esfuerzo que hacíamos.

De nuevo lo intentamos y, con un esfuerzo sobrehumano, conseguimos que el pesado fardo se moviera unos centímetros hacia el borde del maletero.

-Creo que este muerto es demasiado pesado para conseguir bajarlo – dijo alguien -.

– Lo peor – contestó otro – es arrastrarlo hasta el agua y llevarlo hasta lo más profundo del pantano para dejarlo allí.

-Con tanto peso incluso puede hundirse la motora durante el transporte- comenté yo, seguro del riesgo de tal operación y ante la expresión de preocupación en el rostro de mis ayudantes.

-Vamos, un poco más, que ya es nuestro-

-¡Vaya un muerto pesado!- comentó uno de ellos.

La bañista, al oír algo sobre un muerto, entornó los ojos mirando a los tres hombres sudando por todos sus poros tratando de conseguir bajar aquel bidón donde, estaba segura, llevaban el muerto para deshacerse de él dejándolo caer en las profundas aguas del pantano.

-Sólo falta un último esfuerzo para que el muerto caiga al suelo y arrastrándolo podamos llevarlo hasta la lancha. Un poco más de esfuerzo no sea que empiecen a llegar los bañistas y nos compliquen la operación-.

La chica abrió los ojos y nos miró, mientras, exhaustos, realizábamos un último esfuerzo antes de que el “muerto” se desplomara contra el suelo de cemento de la rampa en un estruendo que hizo temblar el pavimento y activar la alarma del todo terreno. En décimas de segundo la bañista desapareció de nuestra vista en una carrera imparable rampa arriba, en biquini y con su toalla al viento olvidándose del coche, que quedó abandonado en aquella orilla esperando un mejor momento para ser rescatado por su dueña.

El “muerto” fue remolcado por la motora por el fondo del pantano hasta llegar al lugar elegido donde situar la boya. Allí permaneció durante todo el verano hasta que la sequía y el uso del agua para el riego de las huertas de Levante hicieron que bajara su nivel.

Pasado este tiempo, cuando la quilla de la motora tocaba el fondo fui a rescatarla. Al llegar al lugar donde se encontraba amarrada, hasta donde llegué caminando con el agua hasta las rodillas y los pies clavándose en el lodo, observé que un lagarto ocupaba mi asiento frente al timón y tomaba el sol seguro de ser el dueño de aquel vehículo. Al verme llegar, de un salto se tiró al agua y nadó hasta la orilla. Rescaté la boya y el muerto quedó enterrado en el lodo. La lancha, de nuevo en el remolque, como un guerrero en retirada, regresó a su guarida donde por un tiempo no vería el cielo ni surcaría veloz las aguas del pantano persiguiendo a los patos.

Poco después llegó el “Libertad” para proporcionarnos momentos de gran felicidad, atardeceres en calma y silencios sólo rotos por el vientecillo jugando con los obenques de las velas. Entonces Manuela y yo entendimos que nos estábamos haciendo mayores, que la velocidad dejó de apasionarnos y que en la calma de un atardecer sobre el agua es más hermoso hablarse en voz baja y contemplar sin prisas la puesta de sol.

4 Comentarios
  • Meche Moreno
    Publicado el 14:25h, 15 julio Responder

    Saludísimos José Luis, desde mi México!
    estaba segura que la bañista regresaría con la policía!!!
    Te mando un gran abrazo. Sigo escuchando tus canciones, que siempre me traen algo nuevo, siempre. Son como el bidón en el peso y anclan mi alma a los mejores recuerdos en el paso de mi vida…

  • Fernando Sanchez
    Publicado el 14:44h, 15 julio Responder

    Que buena historia Jose Luis ejeje..hasta donde habra ido a parar esa chica eh?
    Aqui en donde yo vivo (Sonora, Mexico) les decimos «muertos» a las piedras que se ponen en los cercos para ganado cuando no es posible poner un poste (un pequeño arroyo por ejemplo)
    Un abrazo Jose Luis y ya sabes que seguimos esperando pacientemente y escuchando y compartiendo como siempre tu musica

    Fernando

  • Sonia Pérez Sánchez
    Publicado el 14:53h, 15 julio Responder

    Querido «maestro» sobre el «muerto» y la espantada de la chica en vikini ya sabía no podría poner en pié donde lo leí pero la recuerda perfectamente, es imposible olvidar una anécdota como esa jajajajajajaja¡¡¡¡¡ donde iría esa pobre chica…¡¡¡¡¡. Respecto a la edad y a vuestro velero «Libertad» sólo le diré que disfrute muchísimo en el, que ha de ser super poder contemplar la calma del agua, el atardecer, y sobretodo poder pasar momentos con su compañera y guia en su vida. Un saludo y un gran abrazo, y graaaaacias por una nueva historia, espero que no paren jejejejeje, besos.
    Sonia

  • Carlos Andrés García Arias
    Publicado el 01:28h, 23 julio Responder

    Maestro y amigo Perales!

    Nuevamente nos sorprendes con tus historias, imaginé que la bañista regresaría con el ejército, por aquelo de «el muerto» jajajaj qué divertido eres amigo.

    Debe ser maravilloso estar en compañía de tu pareja de toda la vida sobre el agua en el «Libertad» disfrutando de un atardecer tranquilo, enamorado… en fin.

    Maestro Dios bendiga tu familia, tu equipo de trabajo, tu Talento y a ti.

    Desde Manizales(Colombia) recibe un abrazo arrugador.

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