Solo de Soledad

06 May Solo de Soledad

Una de mis palabras habituales a la hora de sentarme a escribir, incluso mil veces usada para dar título a alguna de mis canciones, o como eje principal de una historia, ha sido la soledad. Esa soledad que, en pura teoría, uno se inventa como guión romántico de una canción de desamor y que nada tiene que ver con la verdadera soledad sentida e impuesta cuando uno la experimenta y que es inevitable y amarga cuando llega, y te llena de desamparo y te desgarra el alma. Es esa soledad que sufre el hombre rodeado de gente en la ciudad e ignorado por todos como si de una estatua transparente se tratara. Es esa soledad que se descubre en los indigentes que duermen sus miserias bajo los puentes. Es esa soledad del que tiene por techo tan sólo las estrellas y por suelo unas cajas de cartón. Es esa soledad de la que no se habla porque forma parte del paisaje urbano y ya no nos conmueve porque con la costumbre dejó de interesarnos y su timbre de alarma dejó de despertar nuestras conciencias. Es esa soledad la que más duele.

Y hay una soledad aparentemente menos dramática, pero que en determinados momentos puede resultar angustiosa. Es esa soledad del que, habiendo estado siempre acompañado, por unas horas le sueltan de la mano y se derrumba. Sin quererlo, la vida le convirtió en un inútil incapaz de moverse por sí mismo, de sacar un billete de autobús o de tomar el Metro, o usar la tarjeta de crédito para sacar dinero de un cajero, o pagar la factura al poner gasolina sin sentir el temor a que esa tarjeta que entregas en la caja, por alguna razón no tenga fondos, y sientes que te fluye la sangre a la cabeza hasta que es aceptada por el empleado que te mira como lo que sospecha que eres: un inútil total. Y te vienes arriba cuando por fin te entrega la factura que guardas con cuidado en tu bolsillo para que no se pierda y puedas entregarla a tu ángel de la guarda para que la archive, porque ya, de archivar, tampoco sabes nada. Como no sabes nada de los bancos, ni las cuentas corrientes, ni los bonos, ni el fondo de pensiones, ni rellenar un cheque. Aunque lo de cobrarlo en ventanilla no se te dé tan mal.

Cuando uno era soltero todo era más fácil. Claro, de eso hace ya mucho tiempo, y tu mundo financiero se  reducía a pagar el minúsculo alquiler del piso, la letra “pequeña” del Seiscientos de tercera mano donde aprender a ser libre, la cajetilla de tabaco sabor a Celtas Cortos, que para los extraños a este mundo era el más barato del mercado. Lo que te sobraba era el ahorro que cada mes te registraba el banco y que puntualmente, como si de un magnate se tratara, recibías cincuenta cartas informándote de cada movimiento que experimentaba la cuenta en tu cartilla de ahorros. Recibir esas cartas, uno lo interpretaba como recibir publicidad de cualquier producto que nunca interesaba, con lo que sin más unas y otras iban directamente a la basura sin ser siquiera abiertas. Tal era el interés por ese asunto y los pocos asuntos que ocupaban tu tiempo.

Y un día llega a tu vida un ángel de la guarda que se convierte en tu sombra protectora, y decide acompañarte y ayudarte a resolver tus problemas, que poco a poco se hacen más complejos, y justifica  tu pereza de ponerte al teléfono si alguien te llama a la hora de la siesta y miente sin complejos por no molestarte. Y saca tus pasajes de avión o del tren cuando sales de viaje. Y te reserva hora en el médico o en la peluquería. Y con su aprobación eliges tu ropa cuando te acompaña de compras. Y controla tu dieta para evitar que engordes. Y recorre el mundo de tu mano resolviéndolo todo y haciéndose finalmente imprescindible hasta lo inimaginable. Y de tanto andar juntos olvidas  caminar sin su compañía y por primera vez, cuando eso sucede, te sientes  solo como un bulto abandonado en una estación de tren.

Esa soledad la sentí el día en que, por circunstancias, tuve que viajar solo desde México a Nueva York. Se suponía que una persona hispanohablante como yo vendría a buscarme al aeropuerto J.F. Kennedy para llevarme al hotel, previamente reservado por mi ángel de la guarda. Después de unas horas de vuelo, a la una de la madrugada yo recogía mi equipaje de la cinta transportadora, y después de someterme al registro de mi maleta con la consiguiente tensión que siempre me producen los trámites de entrada en los Estados Unidos, me encaminé a la salida donde suponía que estaban esperándome. Eché un vistazo por encima de la multitud de gente que entraba, salía, se saludaba, cruzaba con sus equipajes camino de los coches que esperaban en la salida, y dejaban  cada vez más vacío aquel espacio mientras yo leía los carteles de los conductores que esperaban a sus clientes para llevarlos a la gran manzana. La lengua, consecuencia de los nervios, se me empezó a pegar al paladar al ver que ninguno de aquellos carteles reclamaba mi presencia. Eché de menos no haber sido un poco más aplicado en mi colegio en lo referente al inglés. Ahora podría al menos dirigirme a alguien, hablar con alguien y contarle que nadie había venido a recibirme y que estaba solo, muy solo. Miraba aquél ir y venir de pasajeros felices de encontrarse con sus familiares o sus amigos que se fundían en un abrazo emocionado por el encuentro mientras yo chupaba un caramelo de menta que había comprado en un puestecito de revistas y chucherías situado en un rincón de la sala de llegadas, mientras soñaba la hora de fumarme un cigarro una vez llegáramos al hotel. ¿Llegáramos? Hasta ahora yo seguía más solo que la una en aquella sala empezando a desconfiar del chófer que tendría que haber venido a recogerme y cuyo cartel de Sr. Perales, que yo buscaba con cierta desesperación, seguía sin aparecer entre todos los carteles que, por cierto, cada vez eran menos.

Y de pronto, un hombre irrumpió en la sala de llegadas abriéndose paso entre la gente y con un cartel escrito en inglés: MR. PERALES.  Era de una estatura gigantesca y su espalda de una anchura que, por un momento me pregunté con qué coche habría venido a recogerme. Me dirigí a él. En la solapa de su chaqueta un pequeño cartel dorado rotulado en negro mostraba su nombre, William. Me acerqué a él para identificarme:

-Hi, Mr. William, good evening.

-Hi, Mr. Perales.- contestó en un inglés, desde luego, mejor que el mío.

– ¿How are you?-le pregunté con un esfuerzo sobrehumano.

-I am well, thank you.

-¿Do you speak Spanish?-le pregunté, adivinando por el movimiento negativo de su cabeza, la respuesta.

-No, I am sorry .

Y esa fue toda nuestra conversación antes de ayudarme con mi equipaje y subir al coche.

Me arrellané en el asiento de atrás sabiendo que William tenía todos los datos de hotel a donde debía llevarme y me relajé después de la tensión padecida. El reloj del coche, un Chevrolet Tahoe -no podría ser de otra manera dada la talla de William- marcaba la una de la madrugada. A lo lejos aparecía la imagen de Manhattan iluminada. Poco después el coche se detuvo en la puerta del hotel. Y sin más trámite, William, una vez que alguien salió a recoger mi equipaje, se despidió de mí y se fue dejándome de nuevo solo, y acordándome de mi ángel de la guarda. El Lobby del hotel, a pesar de la hora, era un entrar y salir de gente. En el mostrador donde debía registrarme, una cola de clientes hablando en Inglés me hicieron esperar casi una hora hasta llegar mi turno, para después, acompañado de un mozo de equipajes, en esta ocasión hispanohablante -pues debieron ver que mi conocimiento del inglés era nulo- dirigirme a mi habitación.

Abrió la puerta y me invitó a pasar. Debió haber una confusión en la reserva, y en lugar de una habitación doble el mozo me mostró una habitación de una sola pieza cuyo mobiliario consistía en un pequeño escritorio con una silla y un mueble de madera hasta el techo con un hueco para colgar la ropa. Frente al armario, en la pared, a modo de cuadro, un televisor, y a la derecha un baño minúsculo con un inodoro y una ducha de escaso caudal a juzgar por su tamaño. Y eso era todo. Pregunté al mozo dónde estaba el dormitorio. Se echó a reír, y dirigiéndose al armario tiró de un asa en la parte superior del mueble y desplegó una cama estrecha, como para un niño, mientras decía: Este es el dormitorio. Esta es la habitación que usted tenía reservada en el hotel. No sentí ganas de discutir ni de bajar a recepción para aclarar el error,  pero, desde luego, mi ángel de la guarda nunca habría reservado para mí en ese hotel Hilton de la Sexta Avenida semejante cuchitril. Eran casi las dos de la madrugada y quería dormir. Le di una propina y, en mi soledad, una vez cerrada la puerta, busqué mi cajetilla de Marlboro dispuesto a fumar hasta saciarme. De nuevo eché un vistazo a la cama. Al fondo del mueble, en el hueco que había servido para ocultarla, y de un tamaño suficientemente grande, para que el cliente se diera por enterado sin pretexto alguno, y pintado de rojo fosforescente, un cartel indicaba: “No Smoking”. Con la sensación de soledad, tristeza y rabia que me provocó aquél maldito cartel, saqué del bolsillo mis cigarrillos y me dirigí a la ventana. La habitación, eso sí, contaba con una ventana desde donde contemplar las calles medio desiertas de Nueva York. La abrí de par en par y asomado al exterior para evitar que el humo entrara en la habitación, encendí un cigarrillo. Y el sabor de lo prohibido lo hizo doblemente placentero. Encendí otro…Y otro…Y otro más… Hasta que el sueño me empujó a aquella cama en donde amanecí en la misma posición en la que me acosté. Debió parecerme cómoda.

Ese mismo día, después de cumplir con mis compromisos, William me recogió de nuevo en el hotel para llevarme al aeropuerto.

-Good afternoon Mr. Perales.

-Good afternoon Mr. William.

-¿To the Airport?

-Yes, Thank you.

Ese día me despedí de Nueva York con la sensación de soledad que siento siempre, esté donde esté, cuando no me acompaña mi ángel de la guarda. Desde entonces, cada vez que he vuelto a esa Ciudad ha sido acompañado por ella. Y por cierto, ninguno de los dos fumamos desde hace años. Aclaro.

8 Comentarios
  • Silvia Basso
    Publicado el 14:32h, 06 mayo Responder

    Sin lugar a dudas siempre llevámos un ángel en nuestro inconciente y puedo sentir esa soledad bibrando en mi piél por primera véz al llegar a Suecia hace 25 años si saber el idioma y sentirme sóla,por eso sé como se sintió «maestro» al llegar a NYK con la sensación de soledad.Pero solo quiero decirte «maestro» una véz más gracias por compartir por medio de esta red una más de tú anécdotas y aventuras que tanto disfrutámos leyendo tu blog.
    Un abrázo;Silvia 😉

  • Fernando Sanchez
    Publicado el 15:11h, 06 mayo Responder

    Yo al igual que tu tengo mi «angel de la guarda» Ella es la que pone orden a todo lo que yo intento hacer, es ella la que se llevo mi soledad, aquella soledad que de vez en cuando quiere llevarme y que a veces siento que necesito…pera quiero tanto a «mi angel» que la soledad debe esperar.
    Gracias Jose Luis por contarnos tus historias y llevarnos casi de la mano hasta ese hotel en nueva york (que mas quisiera Yo).
    Ojala algun dia te animes por fin a publicar los libros que tienes guardados por ahi…en soledad

    Un abrazo. Fernando

  • Carlos Andrés García Arias
    Publicado el 18:08h, 07 mayo Responder

    Amigo y Maestro Perales!

    Recibe un cordial saludo,

    La soledad es amiga, aliada, pero puede llegar a ser difícil de soportar.

    Gracias por contarnos tus historias y vivencias, es muy grato saber que la persona a quien admiras, te cuenta cosas y te hace sentir cerca. Gracias Maestro y Amigo José Luis Perales. Desde Manizales (Colombia) te queremos y te enviamos un abrazo fuerte.

    Dios te bendiga a ti, a tu familia y a tu equipo de trabajo.

  • IVÁN
    Publicado el 18:24h, 07 mayo Responder

    QUE GRAN ESCRITO, MUY BONITO, QUE ME HA GUSTA’O MUCHO. LA SOLEDAD ES SIEMPRE BUENA, CADA VEZ QUE LA QUERAMOS PARA VIVIR CON LIBERTADES PERSONALES. GRACIAS JOSE LUIS POR ESTE ESCRITO TAN MARAVILLOSO.
    DESDE BOGOTÁ, COLOMBIA

    • MARIANGEL
      Publicado el 01:34h, 16 mayo Responder

      MI QUERIDO MAESTRO LAMENTO TODO LO QUE SUFRISTE AL LLEGAR A NEW YORK, PUES SI YO HUBIERA SABIDO Y ESTADO EN ESE MOMENTO TE HUBIERA AUXILIADO, HUBIERA SIDO TODO UN PLACER, ADEMAS EL IDIOMA ES UNA GRAN BARRERA, PERO AHORA YA SABRAS QUE CADA VEZ QUE DECEES VENIR, SIEMPRE HABRA ALGUIEN ESPERANDOTE, A TODA HORA Y EN TODO MOMENTO, SERE TU GUIA, HARE LO QUE TU QUIERAS, SERA CUMPLIR MU HERMOSO SUENO, BENDITO SEA TU ANGEL, ESE DICHOSO ANGEL INSEPARABLE QUE DIOS HIZO PARA TI.
      COMO SIEMPRE ES UN ENORME PLACER SABER DE TI Y LEER TUS LETRAS LAS CUALES NOS LLENAN DE TANTA ALEGRIA, GRACIAS POR SIEMPRE HACERLO, NO DEJES DE ESCRIBIR, QUE TUS LETRAS SON UN ALIMENTO PARA NUESTRAS ALMAS TRISTES Y SOLITARIAS COMO LA MIA, TE QUIERO MUUUUCHO MI POETA HERMOSO.

  • laura castro
    Publicado el 02:26h, 16 mayo Responder

    QUE PLACER VOLVER A LEER SUS RELATOS.TOO EN ALGÚN MOMENTO NECESITAMOS UN POCO DE SOLEDAD,ESO NOS HACE VALORAR AÚN MÁS A LAS PERSONAS DE NUESTRO ALRREDEDOR. ESPERO PRONTO VOLVER A LEER SUS HISTORIAS. SALUDOS DESDE URUGUAY.

  • Silvana
    Publicado el 18:09h, 17 mayo Responder

    Hola José Luis pude ver recién lo que nos escribiste, muchas gracias por seguir compartiendo historias.
    Es muy profunda la descripción sobre la soledad que experimentaste y que de vez en cuando también me toca de cerca, me encanto el relato es muy real y mágico siempre basado en esa visión tan aguda de humanidad que te distingue.
    Gracias de nuevo abrazos cariños.
    Silvana

  • OLIVIA
    Publicado el 18:48h, 24 marzo Responder

    UN GRAN ABRAZO COMPARTIDO CON MILES Y MILES DE SEGUIDORAS Y SEGUIDORES TUYOS, EL DIA DEL CONCIERTO EN OAXACA, MEXICO… DESPUES DE MAS DE 30 AÑOS SIN VERTE VUELVO A RECORDAR LO TANTO QUE TE ADMIRO… ME LLENAS EL CORAZON DE GOZO Y EL ALMA DE AMOR PARA SEGUIR LUCHANDO DIA A DIA CON LOS PESARES DE LA VIDA DIARIA… AUNQUE EN SÍ, DIA A DIA ES HERMOSO AMANECES CON TU PAREJA, TUS HIJAS… Y UN PEQUEÑO BEBE QUE TE DICE ABUELA, NOS CONTASTE QUE YA TIENES UNA NIETA Y SE LLAMA MANUELA IGUAL QUE TU ESPOSA… ES HERMOSO VER FLORECER UNA NUEVA VIDA QUE TE LLENA DE DICHA Y FELICIDAD… ERES PARA MI ESE GRAN SOÑADOR, Y CANTANDOLE A LA VIDA, AL AMOR, A LOS NIÑOS… A LAS CHICAS DE LA CALLE… A TODO EL QUE SE CRUZA EN TU CAMINO… GRANDES CANCIONES, TE QUIERO CON EL ALMA.. SALUDOS!!

Escribir una MARIANGEL Cancelar respuesta

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios y mostrarle publicidad relacionada con sus preferencias mediante el análisis de sus hábitos de navegación. Si continua navegando, consideramos que acepta su uso. Puede cambiar la configuración u obtener más información aquí.

ACEPTAR
Aviso de cookies