Con la cruz a cuestas

15 Abr Con la cruz a cuestas

Cada día, al terminar un concierto, el escenario queda sembrado de objetos como muestra de admiración y cariño  hacia el artista que esa noche dejó un poco de sí mismo en la interpretación de cada una de sus canciones, y que el público recompensa no solo con sus aplausos sino con algo tan sutil como una flor que marchitará, perdida en la oscuridad del escenario, si nadie lo remedia; un muñeco de peluche “para tus nietos”, o quizá una carta redactada con prisa entre canción y canción en donde alguien, que se ha sentido especialmente tocado en sus sentimientos más profundos, siente la necesidad de hacértelo saber.

Desde hace ya cuarenta años que me puse frente al público, por mi escenario se han ido posando todo tipo de objetos: papelillos con el título de alguna canción solicitada por algún espectador o espectadora, alguna cadena de oro, o incluso una prenda interior que volando como una paloma negra desde el cielo del teatro descendió una noche hasta posarse a mis pies en el escenario provocando la risa del público y un cierto rubor en mí, poco acostumbrado a este tipo de manifestaciones.

Pero quizás, uno de los regalos más sorprendentes que hayan dejado sobre mi escenario envuelto en una gran caja de cartón cuyo contenido me tuvo intrigado hasta después del concierto cuando alguien lo llevó hasta mi camerino para desembalarlo, fue la imagen de un crucificado de tamaño casi natural que me dejó perplejo y que me hizo preguntarme qué hacer con él. No era cuestión de abandonarlo a su suerte, pues ya había sufrido en vida demasiadas humillaciones, y llevarlo conmigo durante una gira de la que quedaban muchos países por recorrer a lo largo de América me parecía demasiada aventura para un crucificado. Esa noche mi sueño fue un duermevela pensando cual sería la mejor solución. Finalmente decidí que no podía negarme a cargar con él, aún a riesgo de ser detenido en cualquier aduana ante la perplejidad de los aduaneros al descubrir tal equipaje. Y así, aduana tras aduana, país tras país, ese crucificado facturado con al cartel de  “Muy Frágil”, y mezclado entre pianos, guitarras, baterías y demás instrumentos musicales, junto a mí y a todos los músicos y técnicos que me acompañaban, desembarcó en Panamá.

Nunca hubiera yo pensado que esa noche en el lugar donde yo daba mi concierto, un español gritaría entre el público animándome en mi actuación y aplaudiendo con tal pasión que me hizo pensar que se trataba de algún emigrante feliz al sentir la cercanía de un compatriota en tierras tan lejanas. Y efectivamente lo era. Al terminar mi concierto vino a saludarme a mi camerino. Era un hombre de carácter alegre, y campechano, me felicitó por mi actuación, y después del abrazo recibí su invitación para comer en su casa las mejores lentejas que recuerdo, cocinadas por unas monjas italianas. ¿Unas monjas italianas?-me pregunté.

-Quedamos mañana a la una en la Nunciatura-me dijo. ¿En la Nunciatura?-me pregunté.  Y como si tuviera mucha prisa  se despidió felicitándome una vez más por mi concierto dejándome con mil preguntas sobre quién era aquel “compatriota”, qué relación tenía con la Nunciatura y quienes eran aquellas monjas italianas que iban a cocinar unas lentejas para mí, y qué labor – supuse religiosa – estarían realizando en Panamá.

Después de los saludos en el camerino, y cambiado de ropa para ir a cenar, alguien llamo a la puerta. Era el empresario que, sorprendido por la visita  de esa noche a mi concierto, y suponiendo que no tenía la más remota idea de quién se trataba, me informó de la personalidad que hacía unos minutos acababa de invitarme a unas lentejas en la Nunciatura Apostólica de Panamá: Se trataba de Monseñor Laboa.

Supe entonces que se trataba del Nuncio del Papa en Panamá, nombrado por Juan Pablo Segundo y efectivamente, un compatriota Vasco. Un diplomático de primer orden, que había sido importante mediador en varios conflictos internacionales.

Confieso que sentí vergüenza al tener que enterarme de la personalidad de este hombre por boca de alguien que ni siquiera era español y que me dio una información tan amplia de la personalidad de Monseñor Laboa. Mañana- pensé-, durante la comida tendré ocasión de pedirle disculpas por mi ignorancia. Y así lo hice.

Supe entonces que ese Crucificado viajero acababa de encontrar el lugar más idóneo  donde quedarse. Y allí se quedó, presidiendo el despacho de Monseñor Laboa que hace tiempo nos dejó. Para él, uno de mis recuerdos más imborrables que vuelvo a revivir cada vez que esta profesión me lleva de nuevo a Panamá.

Son muchos los mensajes, que, ante la imposibilidad de hacerlo personalmente, llegan a mí a través de un escenario convertido  en buzón para la comunicación o el intercambio de regalos y emociones que en muchos casos, por distintas circunstancias quedan sin respuesta, a veces por la simple omisión del remitente como fue el caso de este regalo tan peculiar por el que aprovecho este medio para dar las gracias a la persona que, enfundado en una caja de cartón,  puso sobre mi escenario un Cristo, sin suponer que su viaje, que empezó en México, terminaría colgado en una de las paredes de la Nunciatura del Papa en Panamá.

6 Comentarios
  • Silvia Basso
    Publicado el 14:05h, 15 abril Responder

    Increible tu anecdota y con tanto furgor que sin lugar a dudas álgo tan bonito puedes compartir con tus publico que te admira tanto,tambien bonito el gésto del crucifijo que esta colgado sobre esa pared de Nunciatura en Panamá..
    Pero yo me pregunto!! Que sabor tendrian las lentejas que las monjas Italianas prepararian para el Maestro ese dia.Gracias nuevamente Maestro por compartir una véz más unas de esas tantas hermosas aventuras por el pasar de esta vida.
    Saludos Silvia 😉

  • Fernando Sanchez
    Publicado el 15:30h, 15 abril Responder

    Cuantas anecdotas tendras por ahi esperando ser contadas y disfrutadas por nosotros..ojala te animes a publicar los libros que has escrito…
    Un abrazo Jose Luis y gracias nuevamente por estar siempre!

    Fernando

  • Sonia Pérez Sánchez
    Publicado el 20:49h, 15 abril Responder

    Querido «maestro»:
    Muchisimas gracias por este nuevo «relato» con el que he disfrutado una vez más, respecto a la anécdota del «crucificado» algo había leido, la recuerdo porque ya lo contó en alguna ocasión, aunque no puedo poner «pie» en que momento supe de ella, lo bueno es saber que aunque no quedó en sus manos si que lo dejó a buen recaudo…. y desde luego en «manos» que lo cuidarian con todo amor.
    Además con esta «historia» de hoy me he sentido un poco «idetificada» y por qué? porque yo soy una de esas personas que alguna que otra vez sintió la necesidad de hacerle saber lo mucho que admira su música en forma de carta que probablemente si llegó hasta sus manos jejejejeje, y aunque no nos pueda contestar, eso no importa porque sabemos que por un momento en este caso yo he pensado que sujetaria en sus manos mi escrito, con eso me conformo «maestro».
    Gracias por relatarnos en la forma que lo hace sus vivencias, para muchos de nosotr@s es la recompensa a la fidelidad que demostramos por su música día tras día, gracias¡¡¡¡¡, un abrazo desde Sevilla, sinceramente.
    Sonia

  • Zully Ivette Pazmiño T.
    Publicado el 02:24h, 16 abril Responder

    Mil gracias de nuevo Josè Luis, por tan interesante anècdota, que maravilloso es leer los relatos que como siempre te comentamos, son tan divertidos, descriptivos y maravillosos, siempre me sacan una sonrisa, gracias por estar tan cerca a pesar de la distancia… un abrazo !!!

    Zully Ivette

  • Carlos Andrés García Arias
    Publicado el 17:03h, 23 abril Responder

    Maestro y Amigo José Luis Perales!

    Es imposible evitar que en el rostro se me dibuje una sonrisa al leer tus relatos, es como una magia maravillosa que hace que con tus palabras, te puedas transportar al lugar y ver pasar las imágenes de lo que nos cuentas. Leerte y escucharte es un privilegio.

    Dios te bendiga a ti, a tus seres queridos y a tu equipo de trabajo.

    Como siempre, desde Manizales (Colombia), te dejo un Abrazo fuerte.

    Gracias maestro y amigo PERALES.

  • Derly Adriana Hidalgo Cardona
    Publicado el 01:04h, 19 junio Responder

    El tiempo pasa y muchas veces dilatamos proyectos, sueños, acciones. Hoy he dedicado tiempo a visitar su blog y he terminado llena de muchos lindos sentimientos al leer tantos valores que usted transmite a través de sus poemas hechos canción. Gracias Gran poeta por alimentar mi alma. Dios lo bendiga y le siga iluminando. Un abrazo, desde Manizales (Colombia)

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