Como si fuera hoy

24 Dic Como si fuera hoy

Recuerdo hoy aquellos días fríos de lluvia y nevadas eternas, hace ya muchos años, en los que las calles del pueblo eran intransitables, haciendo necesario excavar caminos en la nieve para que los niños pudiéramos llegar a la escuela, cargando a nuestra espalda la cartera y, bajo el brazo, un tronco de leña con el que alimentar aquella estufa, único medio de calefacción en aquel pueblo que era el mío. Recuerdo que, con la aportación de cada niño, una cina de troncos crecía cada día en un rincón vacío de pupitres, hasta tocar el techo. Todos respetábamos aquel lugar para no destruir un nido donde cada primavera volvían a anidar las golondrinas.

El cielo, en esos días, se cubría del humo emitido por las chimeneas de cada casa en donde ardiera leña y del horno del pueblo, en donde las mujeres se afanaban en amasar las tortas de pellizcos, los suizos, los mantecados, las magdalenas y las tan recordadas rosquillas de aguardiente, verdaderas estrellas navideñas, con las que los chiquillos pedigüeños, armados de una cuerda, formábamos con ella ese paso a nivel o ese collar de cuentas, a la vez que cantábamos: “A tapar las calles, que no pase nadie” ¡Y no pasaba nadie! mientras los vecinos se sometían a aquél juego blanco de los niños. Porque solo para ellos, era la Navidad.
-Hay que acostarse pronto- decían los mayores en cuanto oscurecía. ¿Habéis llenado el cesto con cebada y el cubo con el agua? -recordaba el abuelo-. Porque viniendo de tan lejos –seguía- esos pobres camellos llegarán muertos de hambre y de sed. Y si llegan a nuestra puerta y no les hemos puesto nada de comer y de beber en el poyo de la calle, tal como lleguen se irán a otra puerta donde les traten mejor. Y pondrán sus regalos en sus balcones. Y llenarán de almendras sus zapatos. Y dejarán una caja de pinturas de colores Alpino. Y gomas de borrar. Y un cuaderno rayado. Y alguna monedilla para comprar caramelos en la tienda del pueblo. Y algunas figurillas del mazapán ese que tanto os gusta.
Era el abuelo el único capaz de convencernos de irnos a dormir. De que los Reyes Magos llegarían al pueblo esa noche por el camino de la fuente vieja y que, al marcharse por nuestra calle, comerían la cebada y beberían el agua del aljibe. Y de que al ver en el balcón nuestros zapatos, dejarían sus regalos. Pero, una cosa os voy a decir -advertía el abuelo-. A los magos no les gusta que los espíen cuando llegan, así que no os levantéis de la cama hasta que os llamen vuestros padres.
Han pasado muchos años desde que fui niño. Y en cuanto a si desearía volver a serlo, mi respuesta es sin dudarlo: ¡Sí!, pero solo en Navidad.
Os deseo a todos una Feliz Navidad.
José Luis