El Gato pródigo

27 Mar El Gato pródigo

Después de unos meses sin verlos, y suponiendo que la soledad había hecho mella en su ánimo de animales de compañía, pensé que esos tres gatos  me esperarían hasta mi regreso de un viaje que me tendría apartado de ellos durante más de dos meses aunque mi hermana Ángela se ocupó en mi ausencia de ponerles comida en su comedero de El Refugio donde vivían.

Pero como ya conté, a mi llegada al campo, no encontré el más  mínimo rastro de vida animal lo que incluía a mis tres gatos.  Pensé que de tanta soledad y el frío de este invierno, especialmente duro para la supervivencia de cualquiera, les habría hecho desistir de tanta espera. Sin embargo, ante la disminución del pienso en su comedero que se producía gradualmente y que yo observaba, a pesar de no verlos aparecer ni escuchar en el silencio del campo el más mínimo maullido, con los días pensé que quizá los responsables del asalto a su comedero, y puesto que cualquier animal del campo podía tener acceso a  él, muy bien podría tratarse de algún ratón, garduña o alguna zorra de las que no faltan en ese campo solitario donde está situada la casa. Con el tiempo el pienso se terminó, y puesto que los gatos nunca más aparecieron ni me proporcionaron el placer de escuchar ni una sola vez sus maullidos, pensé que el invierno habría acabado con ellos y decidí no seguir alimentando a las alimañas.

Su ausencia me hizo sentir culpable de abandono y decidí que ya no volvería a caer en la tentación de tener más animales en El Refugio mientras tuviera que ausentarme por temporadas tan largas. Volví a recordar a Tosca, esa mastina del pirineo que un día también a mi regreso de una larga ausencia  encontré muerta de soledad. Así que en estos días que desde mi regreso he visitado el refugio, me he ido acostumbrando a la ausencia de esos tres gatos que no quisieron esperar mi regreso. La gente del campo, que ha convivido toda la vida con gatos y que los conoce bien me decían: No te preocupes que cualquier día volverán, los gatos aprenden pronto a cazar y sobreviven a casi todo, no es casual eso de que los gatos tienen siete vidas.

Han pasado más de dos meses desde mi llegada. Cada día caigo en la tentación de acercarme a lo que fue su guarida entre la leña por si hubieran vuelto, pero nada. Sin embargo, hace poco más de una semana, mientras intentaba averiguar por qué no llegaba agua  a través de una tubería, escuché algo parecido a un maullar lejano que podría ser de un gato y presté atención por si volvía a escucharlo, pero no, no volvió a suceder y pensé que quizá se trataba del canto lejano de algún mirlo que tanto abundan por El Refugio. Pocos días después volví a escuchar ese maullido pero más cerca que el primer día. Miré hacia la dirección de donde procedía.  Y allí estaba él, mirándome con un cierto aire de reproche y a la vez de súplica solicitando mi atención.

Me acerqué, y aunque en principio rechazaba mi compañía, a los pocos minutos me seguía por el jardín cruzándose con mis pies al andar, como queriendo llamar continuamente mi atención. Subí al Hostal y le bajé comida, ya que hacía casi un mes que su comedero estaba vacío de pienso lo que me hizo pensar que probablemente había aprendido a cazar y se  estaba alimentando de los topillos que habitan por la pradera y que la tienen sembrada de pequeños montoncillos de tierra mullida. Comió hasta saciarse. A partir de entonces, el gato me persigue cada vez que escucha el ruido de mi coche llegar a la casa. Un día quise saber donde dormía y me acerqué despacio a su antigua guarida. Toqué el claxon y esperé. En unos segundos, el gato asomó su cabeza soñolienta por la boca de un tubo de plástico que en otro tiempo llevó agua para regar el huerto y que ya formaba parte de los trastos que se guardan sin saber si algún día pudieran servir de nuevo para algo, como en este caso, para escondite y cama de  “Tigre”, nombre que se me acaba de ocurrir para el gato, debido a su pelo pardo, suave y rayado de felino doméstico. Su fidelidad llega a límites insospechados, hasta el punto de rebozarse en el lodo si yo ando podando la viña después de la lluvia protegido por mis botas de agua, y siguiéndome a todas partes, aunque para ello tenga que clavar sus pequeñas zarpas en la tierra embarrada, y hasta se me sube a la espalda de un salto sin saber a qué viene tanto juego si acabamos de conocernos. Es lo que tienen los encuentros después de una larga ausencia. Cuando lo dejé, antes de irme de viaje, no abultaba más que el puño cerrado de un niño, y de pronto ha crecido, se ha hecho adulto y ha desarrollado el instinto de la fidelidad hacia su dueño, que a partir de ahora seré de nuevo yo.

Nunca supe que los gatos llegaban a ser tan cariñosos. La imagen que yo recordaba de cuando era niño, y ya que en la casa de mis padres siempre hubo gatos, era la de huir de la cocina espantados por mi madre que los quería lejos aunque para ello tuviera que usar unas tenazas de la chimenea  por donde merodeaban tratando de sacar tajada de cualquier guiso que se estuviera cocinando. Solo la abuela era cómplice de ellos y los acariciaba como si se tratara de unos niños necesitados de cariño.

Los otros dos gatos no han vuelto todavía, aunque no pierdo la esperanza de verlos de nuevo cuando se enteren de lo bien que le está yendo a “Tigre” después de haber regresado.