México 2006/2012

14 Dic México 2006/2012

5 de Noviembre de 2006

Por megafonía la azafata nos anuncia la llegada a México. Sobrevolamos la ciudad y casi podemos tocar con las manos los tejados de las casas. En breves momentos el avión  se posará en el corazón de este D.F. inmenso y hospitalario. Después de recoger los equipajes salimos camino del hotel.

Abro la maleta y ordeno la ropa en los armarios. Dentro de uno de ellos descubro una báscula de baño y me echo a temblar dudando entre pesarme o no. Me temo lo peor en un viaje en el que no resulta sencillo  mantener el régimen de comidas que, controlado a diario, hace que mantenga el mismo peso durante casi un año. La miro. No puedo soportar la tentación y vestido y calzado tal y como llego del aeropuerto, me subo y con el rabillo del ojo miro la aguja que marca tres kilos de más. Me sobresalto y decido que tendré que pesarme sin ropa. Después de un relajante baño tras un largo viaje entre Nueva York y México, y antes de vestirme, me subo nuevamente a la báscula. Ella, agradecida, me marca tres kilos menos. Me bajo y me vuelvo a subir por si hay algún error y repito hasta tres veces la operación. La báscula, una maquina de palabra, repite el mismo peso las tres veces y me quedo convencido de que no he aumentado de peso en este tramo de gira. Siento una alegría que me preocupa. ¿Estaré obsesionándome con el peso? Por la ventana de mi habitación veo romperse el cielo de México en dos. Los relámpagos, seguidos de unos truenos secos y contundentes, me sobrecogen. En la calle llueve torrencialmente.

6 de Noviembre de 2006

Son las 11 de la mañana y de un momento a otro me avisarán para la rueda de prensa. Miro México desde mi ventana. Las azoteas de los edificios son las zonas en las que van a parar los objetos menos estéticos, aunque a veces necesarios. Veo las antenas de televisión, los depósitos de agua, tuberías de aire acondicionado. Veo pequeñas cabañas fabricadas con uralita y chapas de hierro oxidadas por la lluvia, que posiblemente sirvan para los empleados de mantenimiento del edificio; cuerdas en las que la ropa baila al sol y, perdido entre tantas cosas, un niño corretea espantando a las palomas que, en bandadas, se posan sobre el suelo encharcado por la lluvia de esta noche.

7 de Noviembre 2006

Son las 11.15 de la mañana. El cielo de México está gris y amenaza lluvia. Me traen los periódicos de la mañana donde aparecen mis declaraciones en la rueda de prensa de ayer en relación con mi concierto de esta noche en el Auditorio Nacional. Pienso en los años que han pasado desde mi primera visita a México.

MÉXICO 2012
Y como destino final de la gira sólo queda México.
El avión se lanza sobre la pista como un pájaro suicida después de sobrevolar el D.F., que sigue siendo la gran ciudad que posteriormente atravesamos para llegar al hotel. Después de tres años de ausencia me recibe de nuevo el Auditorio Nacional. Después vendrán los auditorios de Guadalajara, Puebla y, finalmente, Monterrey, una ciudad que no visitaba desde hace trece o catorce años.

Dado el programa tan apretado de actividades, en esta ocasión no he podido visitar los lugares de interés, que son muchos. Toda mi actividad se centró en mi concierto, donde una vez más me esperaban  los más fieles, que nunca fallan a pesar de mis largas ausencias.

Sin apenas pausa, al día siguiente, volamos a Guadalajara. En el aeropuerto unos chicos jóvenes esperan mi llegada con un montón de vinilos, que apresuradamente firmo antes de entrar en el coche que nos llevará al hotel. “Nos vemos en el teatro.  Adios”. El paseo con Manuela por el centro de Guadalajara nos recuerda de nuevo el último viaje, hace tres años, cuando recorrimos la calle peatonal donde se apiñan las joyerías con artículos de plata y oro hasta el exceso, y los edificios coloniales de la ciudad muestran una gran belleza.

El auditorio Telmex es grande como todo en México, y bien acondicionado acústicamente. Mi nuevo trabajo Calle Soledad, es muy bien acogido, así como mis temas clásicos, que han acompañado a esta gente joven desde niños, y los cantan acompañándome en un coro de miles de voces que me emocionan.

De nuevo volamos al D.F. para emprender viaje por carretera a Puebla, donde hace muchos años que no voy. Veo un paisaje de bosque coronado por el volcán Popocatépetl y las nieves de la cima donde “la Mujer Dormida” sigue durmiendo desde el principio de los tiempos, dividiendo en dos, la distancia entre el D.F. y Puebla. Sentimos no disponer de tiempo libre para poder visitar la ciudad.
Los músicos nos comentan la belleza de todo su centro colonial.

El Teatro Nuevo, en el Centro Cultural, esperaba para darnos la bienvenida y el cariño de los poblanos.

La noche nos acompañó en el camino de regreso a México D.F., que dada la cercanía entre las dos ciudades nos permitió dormir en nuestro hotel para volar al día siguiente a Monterrey.
Al sobrevolar la ciudad, entre la niebla, descubrimos la Silla de Montar, una formación montañosa que forma parte de su identidad. Camino del hotel bordeamos el parque de la Fundidora, donde se encuentra ubicado el teatro Banamex, donde el próximo día haremos nuestro concierto de despedida de esta gira que sobrepasa ya los dos meses de duración.

Durante el día fui intuyendo algunas bromitas que los músicos preparaban para la despedida durante el concierto. Yo, por otra parte, también había preparado una sorpresa para ellos, siempre cuidando no molestar a la gente asistente al concierto. Por un lado, y para sorpresa de los músicos, Miguel, técnico de sonido de escenario, había puesto pegatinas en los instrumentos de todos los músicos para sorprenderlos a la hora de utilizarlos, o tapando con cinta aislante el micrófono en el que Pau me hacía coros en algunas canciones. Yo por mi parte disponía de mi lista secreta con nombres inventados para los músicos, que iría diciendo en la presentación de cada uno de ellos, teniendo que aguantarme la risa.

Pero lo que yo no sospechaba era la broma que tenían preparada para mí. En una de las canciones David Rodríguez, nuestro backliner, como en cada concierto, me acerca una guitarra para tocar. Al dar el primer acorde noté un sonido diferente al habitual, pero como en cada teatro venía utilizando una guitarra diferente, no sospeché que en esa ocasión estaba tocando una guitarra roja con la forma del logo de los Rolling Stones, que Borja había comprado en un mercadillo, mientras los músicos que me acompañaban, y parece ser que también el público, se estaban tronchando de risa al verme tocar tal instrumento. Tal era mi estado de concentración que en ningún momento tuve conciencia de la broma de la que estaba siendo objeto. El concierto terminó con la aparición en el escenario de todo el equipo que me había acompañado en una gira que ninguno de nosotros olvidaremos.

Posteriormente la fiesta se prolongó en un salón de nuestro hotel entre tacos mejicanos, cerveza, whisky, y algún cigarrillo que los más viciosos disfrutaban en el balcón. Después de la fiesta los abrazos, la emoción, y los pequeños discursos de cada uno de los componentes del grupo, incluido el empresario. El bar se cerró de madrugada y cada mochuelo a su olivo.

En el aeropuerto de Barajas las familias de cada uno nos recibieron con el más cálido abrazo.

Hasta pronto. ¡Feliz Navidad!